El eterno problema de la violencia en el fútbol es algo tan viejo como el propio juego. Ha dado manifestaciones literarias desde 1925, cuando Enrique Jardiel Poncela publicaba en la revista Aire Libre el sainete "El once del Amaniel FC", un club que jugaba con la agilidad de un rinoceronte pesimista al que le echaban un once y le hacían un siete. Era un club para el que "la honra de la asociación es el leite motives de la esistencia, y ante una afirmación de esa naturaleza pierdo la cabeza y el encendedor automático", según su presidente. Y para no perder la honra planificaba tácticas con patadas en la espinilla, balonazos en las fosas nasales, cargas con fuerza, codazos en los estómagos y pisotones de tobillo... hasta tal punto que a la salida cada reunión los jugadores pegaban puntapiés a las sillas para entrenarse.
En 1988, según demostraban algunas encuestas era el sexto factor que causa disputas violentas, el segundo asunto capaz de terminar en enfrentamientos y el primero en generar las actitudes más violentas.
El fútbol como ámbito de violencia
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